miércoles, 10 de febrero de 2010

Día 1



Dear Journal,
No sé realmente como controlar éste estado de demencia permanente, de a ratos me confieso en un letargo donde las personas son los actores principales de una película (una tragicomedia shakespiriana del estilo Mucho ruido, pocas nueces) y yo continúo interpretando mi papel de extra, de actriz secundaria, de. Siento que la vida pasa a través de mis ojos sin demasiado remordimiento, como una burla del desperdicio que hago con mis días. Me he vuelto un individuo ermitaño, forzando mis falsas necesidades sobre los demás. Pero en realidad... tan difícil es para ellos creer qué no los necesito realmente? Lo entiendo, comprendo su instinto social de tener a alguien más a su lado, de relacionarse por no desaparecer, de perpetuar una existencia envuelta en amigos, familia, personas que verán una vez en la vida. Yo no, no funciono así. No me malinterpretes, me gustan las personas. Disfruto de su compañía, pero hasta ahí llega mi labor. Todo lo demás es mera cordialidad.
He tratado de revertirlo, pero las ganas ya me abandonaron. No logro conectarme realmente con nadie, porque yo me alejé por voluntad propia. Los escucho, pero no tengo el interés de que me oigan hablar. Y lo que sale de sus bocas se incrusta en mí con rabia; y bebo el cóctel de incredulidad y repugnancia.
Por ejemplo, mi madre. ¿Cuál es el órden natural qué permite su habla? Sus palabras me arrastraron a una dimensión alterna donde no existe la verguenza, no tengo porque escucharla, o gritar, o cometer un homicidio. Pero que sus palabras ya no logren tocarme no quiere decir que no lleguen a los demás. No sé si lo nota, o si, quizás, realmente no le interesa. Pero duele como una violación al alma el asco que me provoca cada vez que la veo existir.
Lo siento, supongo que hoy me siento malhumorada, a pesar de que fue ayer cuando mi vida comenzó a girar en espiral y no supe que hacer al respecto. No tengo suficientes ganas de darte detalles, quizás mañana.
Tuya,

Dee.